jueves, noviembre 19, 2009

Ama Pola

Cansada, arrastra la mirada por entre las luces de los otros vehículos. Las del suyo no puede verlas, sólo aprecia su propia luz interior. Esquiva algún gato que sale de la linde del bosque, pero acelera para llegar más rápido. Los mechones cansados caen por las sienes perdidas entre las sábanas añoradas de la cama. El hogar. Entra en el pueblo.

Ve al Ché, el policia, miembro de su grupo de amigos habitual y baja la ventanilla del coche para saludarle. El frío eriza la piel de los brazos y un escalofrío sacude su espina dorsal. Se aproxima. Las farolas y los mosquitos le dan la bienvenida, los grillos dan aletazos al silencio de las 24:27. Mira el reloj y resopla, Juan a aparcado el coche con el morro metido en su garaje, lo dejará en la calle. Por hoy no importa.

Coge la bufanda, se cuelga el bolso de trapo en el hombro derecho y coge la pizza que compró en Santos, el pueblo de su madre. El olor la transporta hasta la cocina sin darse cuenta. Enciende la chimenea de piedra juntó al sofá verde, el de la manta de lana de oveja... el agua hirviendo y el pijama. Se hunde en el asiento y siente el queso fundido entre sus labios. Cierra los ojos... mientras frota sus piés con los calcetines de franela, los pantalones alargados y el jersey heredado.

Escucha un violín, es su corazón que está contento.

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